1:5 Y
si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a
todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
1:6 Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda
es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una
parte a otra.
Primero debemos definir que es Sabiduría:
Sabiduria.
Las palabras más comunes para sabiduría en el AT son en heb. hakham y formas
afines, y en gr. sophia. La sabiduría es, en Dios, la comprensión infinita y
perfecta de todo lo que es o pudiera ser (Romanos 11:33-36). Dios es la fuente
de la sabiduría tanto como del poder y por el temor del Señor la sabiduría es
dada a las personas (Job 28:28; Salmo 111:10). La sabiduría es un atributo
eminentemente práctico en el hombre, incluyendo habilidad técnica (Éxodo 28:3),
proeza militar (Isaías 10:13) y astucia para fines cuestionables (1 Reyes 2:6).
La sabiduría se muestra al obtener los fines deseados por medios efectivos. Las
gentes del mundo son a menudo más sabias en su generación que los hijos de luz
(Lucas 16:8). La sabiduría de Salomón era de vastos alcances en su habilidad de
estadista (1 Reyes 10:23, 24); en entendimiento de la naturaleza humana (1
Reyes 3:16-25); y en historia natural, literatura y proverbios populares (1
Reyes 4:29-34). La sabiduría es personificada (Proverbios 8) en términos
relacionados con el concepto del Verbo en Juan 1:1-18, y llegó a ser uno de los
nombres de Dios el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo siendo el Espíritu de
Sabiduría.
Fuente: Diccionario Bíblico
Mundo Hispano
Entonces, ¿por qué
dicen las Escrituras que “el temor de Jehová” es el principio de la sabiduría?
La sabiduría que se menciona en Santiago 1:5 está relacionada a la sabiduría
que es adquirida por el Eterno que nos brinda a soportar nuestras pruebas que
están mencionadas un versículo anterior en Santiago 1:4. Son las experiencias
que hemos vivido junto a Jehová, y en las que El mismo nos ha socorrido para
salir victoriosos. Pero no es solo eso, sino que también es el profundo respeto
y admirable temor hacia su Divina Persona la que nos obliga a vivir en
obediencia a Él. La obediencia es la consigna de todo creyente y el tributo
mínimo que debemos pagar hacia aquel que nos creó, salvo y ayuda en todo.
Con esa sabiduría
que Dios nos da, podemos resolver problemas parecidos, conflictos similares e
incluso aconsejar a quienes padecen las mismas aflicciones que en algún momento
nosotros experimentamos. Y las mismas Escrituras nos indican que debemos
pedírselas “…a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le
será dada.” ¡Que maravilloso tener a un Padre Celestial que no nos encara nada!
Usted y yo podemos pedírsela a Dios sin que posteriormente nos recrimine. En
otras traducciones podemos leer este mismo versículo “y él se la dará, pues
Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie”. Dios no hace
excepción, ni acepción de personas por lo que podemos estar confiados y
agradecidos que el generosamente nos dará la sabiduría necesaria y abundante
que necesitamos, sin recibir regaños posteriormente.
El único requisito
para obtener este “regalo” de parte de Dios, es pedir con fe. Y esta fe es una
plena certeza de que Dios está pendiente de nosotros, que nunca nos abandonara.
La Carta de Santiago nos insta a pedir “…con fe, no dudando nada; porque el que
duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada
de una parte a otra”. Quizas es la parte que parece más sencillo, pero para
muchos es sumamente difícil, pues hemos sido criados en un contexto donde nos
dicen que debemos “ver para creer” o que “nada cae del cielo”. Para que este
milagro suceda debemos de nacer de nuevo, debemos de borrar todas las cosas
aprendidas por nuestra cultura y debemos de dejar de hacer las cosas a nuestra
manera; debemos hacer las cosas a la manera de Cristo.
El cristianismo es
un estilo de vida, no es solo una religión llena de normas y reglas
ceremoniales y buenos deseos para el prójimo. El cristianismo es mucho más que
eso, porque significa confiar en que Dios siempre estará al cuidado de
nosotros, para dejarle que el actué en nuestras vidas. No podemos ser
inconstantes y creer por un día, una semana o un mes; la confianza absoluta en
tu Creador es constante y toda la vida. Por eso Santiago compara a la persona
que duda como a las olas del mar que son arrastradas; y justamente el ser
humano que no confía en Dios es una persona que se deja guiar por las
costumbres de este mundo y por los consejos de las amistades que muchas veces
están lejos de la Voluntad Divina. Te invito a que juntos podamos decirle todos
los días a nuestro Creador “te ruego mi Rey, que se haga tu Voluntad y no la
mía, porque confío ciegamente en que tú siempre me libraras de todos mis
problemas”
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